lunes, 24 de septiembre de 2018

La increíble y triste historia de David Sotuela, pastor, tenor y mendigo


Tenor de ópera en La Habana y Madrid, este vecino de O Courel acabó pidiendo limosna

ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

23/09/2018 05:00 H

En una de las muchas tardes de lluvias oscuras en las que sintió que el corazón se le volvía ceniza, David Sotuela pudo conocer de cerca la suerte ingrata, la nube negra que siempre lo acompañó. Y pudo comprobar también cómo la emigración fue, como diría Gonzalo Navaza, la más alta torre de la derrota.

Nació David Sotuela Vila pobre. Fue pastor en su Caurel natal y tenor de ópera en Madrid y La Habana. Entonces lo convirtieron en David Sotuela, sonaba mejor. Y acabó de mendigo por las calles de Lugo y de Madrid. Su historia, recogida en parte por Eco de Galicia de la Habana, tiene mucho de triste. Y bastante de increíble.

Vino al mundo en 1890 en San Silvestre de Seceda, aldea hoy declarada Bien de Interés Cultural en Folgoso do Caurel. Como sus padres, apacentó cabras y ovejas en aquellas altas, blancas y frías montañas. Cantaba siempre y su voz, como el tango, tenía duendes y fantasmas y respiraba como el asma de un desgastado acordeón. Pero llegaba a la gente, estremecía...

Al fallecer sus progenitores, a los 12 años, Sotuela se ocupó como repartidor de pan en Monforte. Un cura lo animó a marchar a Madrid para formar y educar una voz “como no he visto nunca”, le dijo entonces. Y así lo hizo. Era pinche de cocina en la casa de la familia Labra cuando Federico Culebras, fundador del Centro Gallego de Madrid, lo escuchó y lo invitó a cantar para los madrigallegos en su local social.

En ese tiempo primeros años del siglo- Sotuela ganaba seis pesos al mes y trabajaba diecisiete horas al día. Como no tenía tiempo ni dinero, un viejo músico de origen gallego, Manuel Blanco, cautivado por su voz, le dio gratis lecciones de canto.

En el Teatro Real

De la casa de los Labra pasó a la de los Gabrieles, en la calle de Echegaray, y dejó esta para irse con un pariente que lo estafó y lo tuvo un año trabajando en una fundición sin pagarle… Deambulaba por las calles cantando y otro gallego, Ricardo de la Vega Oreiro sainetero, hijo del dramaturgo Ventura de la Vega- lo oyó y aconsejó al propietario del Hotel Palace que lo contratara. No tenía ropa adecuada y el Centro Gallego se la compró. Interpretó Meus amores, Doce sono, la Partida, Unha noite… y el éxito fue tal que la prensa dijo que había nacido la estrella lírica del porvenir.

A partir de ahí, fue fichado en 1920 por el Teatro Real como “tenor de primer punte”; estrenó La llama, de Usandizaga; y el profesor del Conservatorio de Madrid, Ignacio Tabuyo, viendo sus grandes y poco cultivadas cualidades, solicitó para él al Centro Gallego una pensión con la que pudiera formarse. Pero le fue negada y Soutela se empleó en un bar hasta que entró a trabajar como enfermero en el Hospital del Carmen por una recomendación del director de España Nueva, Emilio Jiménez. Eso dio un giro insospechado a su vida y lo llevó a Cuba…

Buscó el éxito en Cuba y en Argentina, y tras la guerra fue de los primeros ciegos en vender cupones de lotería

David Sotuela era un hombre bueno y confiado. Los intermediarios siempre estuvieron entre él y sus asuntos. Y en el Hospital del Carmen fue un acaudalado paciente, José Lancha, el que lo puso en contacto con Manuel Penella, el compositor y empresario teatral valenciano autor de El gato montés, Don Gil de Alcalá o Las musas latinas. Le hizo una prueba y decidió contratarlo y llevarlo a Cuba.

Sotuela había estrenado La Canción del Olvido, de Serrano, tenía fama y su viaje tuvo mucho eco en la prensa tras el gran recibimiento que le tributó la colonia gallega de Santiago de Cuba. Ofreció un concierto y el entusiasmo y el afecto hacia él se desbordaron… Debutó en el Teatro Payret y se casó con una argentina pero nada de lo prometido se cumplió. Tuvo que cantar salmos en las iglesias para sobrevivir, no le fue bien y en 1923 ya estaba de regreso en España. Ese año hizo una gira por Galicia ?recogida por periódicos como El Día, Galicia y otros- pero el empresario lo engañó y no recibió un céntimo. A su difícil situación económica se unió una incipiente ceguera que le obligó a abandonar los escenarios.

Y ahí comenzó una imparable cuesta abajo. Hubo de mendigar y cantar por las calles, entre prohibiciones y dificultades, para subsistir. En los años 40, formó parte del grupo de los primeros ciegos que vendían cupones de lotería y en los 50 marchó con su mujer a la Argentina. Le habían dicho que su voz era una garantía de éxito en un país del que Perón decía que no podía caminar por los sótanos del Banco de la Nación de tanto oro como guardaba. Tenía 60 años y aún soñaba con triunfar...