domingo, 23 de octubre de 2016

Recuerdos de las minas de hierro de A Veneira de Roques


Una aldea de A Pobra do Brollón conserva importantes huellas de una actividad hoy desaparecida
CARLOS RUEDAFRANCISCO ALBO
MONFORTE / LA VOZ 23/10/2016 14:49

Los yacimientos de hierro de A Veneira de Roques, en A Pobra do Brollón, fueron explotados desde hace mucho tiempo. Hay quien piensa que ya se trabajaron en la época romana, como los del monte Formigueiros, en la sierra de O Courel. Pero la documentación histórica más antigua que se conoce data del siglo XVIII y en ella se indica que las minas eran por entonces propiedad de los condes de Lemos. Un texto fechado en 1752 señala que «esta veneira [yacimiento] la tiene aforada la señora condesa de Lemos a las ferrerías».
En la década de 1830 se incrementó su actividad. Por entonces las minas empleaban a más de treinta mineros, vecinos de A Veneira y de localidades cercanas. El mineral era transportado en carros de bueyes a las ferrerías de Biduedo, A Ferrería, Penacova, Barxa de Lor, Lousadela, Santalla de Lóuzara, Ferreirós y Baldomir, situadas en los actuales municipios de A Pobra do Brollón, Bóveda, Samos, Quiroga y Folgoso do Courel. La mayor parte de las extracciones se llevaron a cabo a cielo abierto. En la zona aún se pueden ver abundantes restos de mineral formando parte de muros y cierres. Pero también se practicó la minería subterránea, con la singularidad de que todo el subsuelo de la aldea está excavado y recorrido por varias galerías.

Calidad del mineral

La explotación destacó por la elevada calidad del mineral que proporcionaba. Una vez calcinado, llegaba a dar un 35% de metal. Pero la competencia de los modernos altos hornos vascos acabó con los ferrerías artesanales lucenses a finales del siglo XIX y acarreó el abandono de las minas de A Veneira.
Sin embargo, en 1957 se retomaron los trabajos en la antigua explotación por iniciativa de la misma empresa de capital alemán que poseía las minas de Freixo en Monforte y que además intentó sacar a flote los yacimientos de hierro de O Incio. En aquella época trabajó en A Veneira un vecino de A Ferrería, Manuel Armesto, que también estuvo en las minas de San Miguel, en O Incio. Tanto en uno como en otro lugar se emplearon los mismos obreros, que trabajaban con el mismo ritmo de dos turnos diarios, con tres mineros en cada uno. «Estivemos a facer prospeccións e abrindo novas galerías, ademáis de ampliar as que xa estaban feitas, para saber a cantidade de ferro que podía haber e as dimensións do filón», explica.

Un grave percance

Manuel Armesto señala que en la mina hay una galería que baja siguiendo la dirección de la veta de hierro y que hoy está inundada en su mayor parte. En cierta ocasión sucedió en esa galería un contratiempo que pudo acabar en una tragedia. «O encargado dos traballos na mina era un veciño de Monforte, un tal Pontón -explica-, e tróuxonos unha motobomba para achicar a auga da galería e así poder seguir traballando a máis profundidade». No había respiraderos y los gases que se formaban por la combustión de la motobomba solo podían salir por la propia entrada de mina. Una vez, cuando el aparato llevaba unos veinte minutos funcionando, la galería se llenó de humo y gases procedentes del motor. «Ao pouco vemos que o encargado cae redondo ao chan debido ao fume que respirara», cuenta Manuel Armesto. Los trabajadores tuvieron que sacarlo rápidamente, arrastrándolo por el suelo de la galería hasta la boca de la mina. «Case morre e a nós custounos moito chegar ao exterior, porque estaba todo cheo de fume», dice el antiguo minero. Una vez fuera, el encargado se fue recuperando poco a poco.

A causa de aquel accidente se perforó un respiradero sobre aquella galería con la ayuda de una carga de dinamita. Por la chimenea abierta de esta forma cayeron muchas piedras y escombros y los obreros empezaron a ver la luz del día. Pero al asomarse al exterior se llevaron una sorpresa. «Non calcularamos ben onde iría dar o respiradoiro e fomos saír a un pozo que un veciño tiña á beira mesmo da súa vivenda, que era coñecida por casa de don Pedro», recuerda Manuel Armesto. «Un pouco máis e saímos dentro da mesma casa», añade.
Abriendo un respiradero, los obreros fueron a parar al pozo de una vivienda